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El camino de la salvación, es un camino de libertad


Primer domingo de cuaresma

Está rotundamente equivocado quien piense que la misión de Jesús entre nosotros es resolvernos de manera fácil, cómoda y caprichosa nuestras responsabilidades o pretensiones personales. Su misión es mucho más profunda y sagrada: “Ayudarnos a construir el camino de la verdadera libertad, es decir, reencontrar nuestra identidad”. Se trata de una tarea nada fácil, pues increíblemente, los seres humanos fácilmente nos aferramos a diversas esclavitudes.

Desde ese proyecto de salvación, se vuelve significativo el hecho de que Jesús, antes de iniciar su vida pública, aparezca en el desierto, impulsado, desde luego, por el Espíritu Santo (Lc. 4, 1). El desierto nos confronta y nos permite redimensionar el significado y los alcances de la propia existencia y, sobre todo, nos muestra lo fundamental que es Dios para nuestra vida. En el desierto Moisés encuentra por primera vez a Yahvé, que le revela su nombre, de donde se desprenderá después la liberación del pueblo Israelí (Ex. 3, 1). Al dejar Egipto, el desierto fue para el pueblo de Israel el lugar de pruebas, de murmuraciones, de rebelión, pero sobre todo donde se olvidó que era esclavo, donde decidió ser libre y pertenecerle enteramente a Dios. Durante cuarenta años, en el desierto, Dios le permitió al pueblo purificar su mentalidad y sus sentimientos, superar sus falsos apegos; así Israel redescubrió su identidad como pueblo. Y eso es exactamente lo que Dios quiere hacer con cada uno de nosotros, por eso la cuaresma.

Jesús no necesita purificarse, ni recobrar su libertad, pero va al desierto por dos motivos: primero, para fortalecer y mostrar la fuerza de su libertad y de su identidad, y segundo para mostrarnos que el camino de la salvación, siempre necesita del desierto, de lo contrario no aprendemos a ser libres. Confrontado consigo mismo y fortalecido en la oración, Jesús enfrenta las tentaciones (Lc. 4, 3-12), pero en cada una nos muestra lo importante que es vivir atentos a las enseñanzas divinas y la importancia de no perder de vista nuestra identidad, nuestra vocación. En las tres tentaciones encontramos elementos claves de la vida: La primera tentación, “cambiar las piedras en pan”, significa usar los poderes sólo para provecho individual, cultivando así el egoísmo, la soberbia. En su vida pública Jesús multiplica los panes, pero siempre en provecho de la gente hambrienta, no para provecho propio. Él no olvida que el pueblo en el desierto pasó hambre, pero que Dios le envió en maná. Por eso Jesús nos enseña a confiar en Dios antes que en la propuesta del enemigo, que nos propone resolvernos algo concreto, pero no la vida como tal.

La segunda tentación trata de desviar a Jesús, del modo de su reinado mesiánico. Para muchos la llegada del Mesías significaba derribar los poderes políticos existentes, por eso el demonio le propone adorarle y entregarle a cambio los poderes de la tierra. Para Jesús es claro que ninguna acción debe separarnos de la alianza de amor que nos une a Dios. Dios hizo suyo al pueblo, por eso lo cuida y bendice, pero también el pueblo debe fidelidad a Dios. La fidelidad divina y el reconocimiento que el pueblo hizo hacia el único Dios, libraron al pueblo de las diversas esclavitudes. Pero eso es lo único que nos puede librar también a nosotros de las múltiples tentaciones y esclavitudes en que hoy nos vemos continuamente sometidos. Y en la tercera tentación el demonio propone a Jesús en camino fácil para conquistar la mirada de todos: realizar algo espectacular, buscar lo sensacional, mal usar la protección de Dios. Pero Jesús no nos conquista por medios espectaculares. Él quiere conquistarnos con el amor y la verdad, que nos acercan de modo digno a Dios y a los demás. Lo espectacular es para un rato, la verdad y el amor nos hacen trascender de modo permanente y definitivo.

Su libertad, la claridad en su identidad de Mesías y su buena comprensión de la voluntad de Dios, le permitió a Jesús colocarse por encima de las tentaciones y seguir adelante en su misión. Para eso es la cuaresma, para que hagamos un denso desierto, es decir, para acercarnos a Dios, confrontar nuestra vida frente a Él y así fortalecer nuestra libertad y nuestra identidad de personas e hijos de Dios. Sin ello seguiremos siendo víctimas y aferrándonos a situaciones de esclavitud. El pecado siempre es un problema de identidad y de libertad personal.

Pbro. Caros Sandoval Rangel.
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