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Jesús, la certeza que necesitamos para vivir



Fiesta de la Epifanía del Señor

Con profundo sentido humano y de fe, decía San Ambrosio: “Alma hermosa, conócete a ti misma; tú eres la imagen de Dios. Conócete a ti mismo, hombre: tú eres la gloria de Dios (1Cor. 11, 7)” (Exameron, dies VI). Para una persona sensible a las cosas de Dios y abierta a la verdad, esta realidad, que nos recuerda San Ambrosio, le dice mucho y le llena de sobremanera, pues “ser la imagen y la gloria misma de Dios” es algo asombroso que lo sobrepasa todo; ahí está la belleza y el encanto de nuestro ser. Más, esta belleza se ve continuamente opacada por el pecado que nos empobrece y limita en la capacidad de entendernos a nosotros mismos. Mientras el hombre está llamado para trascender a lo más alto, el pecado nos empequeñece y nos hace aferrarnos a lo más pobre.

Y son, precisamente esas limitaciones que nos pone el pecado, lo que llevó a Dios Padre a tomar la decisión de rescatarnos a través de su Hijo, Jesús, a quien seguimos contemplando en estos días en el pesebre. Desde el pesebre, Jesús nos manifiesta, con intensidad, no solo la gloria de Dios, sino también la belleza de la humanidad. El Padre celestial se alegra de que los magos, los pastores y ahora todo el mundo, a través “del niño envuelto en pañales y recostado en un pesebre” podamos ver la gloria de Dios, pero también la belleza y esplendor de la humanidad.

Por eso meditar y abrirnos al misterio “del niño, en el pesebre”, como lo hicieron los magos, no solo nos permite introducirnos en el misterio de Dios, sino también en el entendimiento del misterio del ser humano. De ahí que cuanto más conocemos a Jesús, más nos conocemos a nosotros mismos. Los magos, guiados por la estrella, encontraron a Jesús, creyeron en Él y lo adoraron; pero también a partir de ahí ellos entraron a una comprensión muy diferente de su vida. Antes buscaban los misterios de la vida por el camino de la astrología, pero al dejarse guiar por una nueva estrella, encontraron un camino mejor, el de “la fe y el amor de Dios”.

La certeza que da la fe en Jesús y que encontraron los magos en el pesebre, es la certeza que el mundo necesita para vivir. Es la certeza de un Dios encarnado que es razón y por lo tanto nos entendemos con Él; que es voluntad y por eso nos da firmeza; que es amor personalizado y por eso nos conduce siempre por los caminos del bien; pues el amor verdadero nunca engaña a nadie. No somos esclavos del universo ni de sus leyes, como nos quieren engañar los astrólogos, los adivinos, los brujos, etc., Cristo vino para hacernos libres y acompañarnos en este camino de libertad. Por eso su presencia es la reafirmación de nuestra capacidad personal.

Por desgracia, muchos corazones cerrados a las cosas de Dios, cegados en las visiones más pobres de la vida, por estar llenos de sí mismos, nunca entenderán una Verdad tan alta y noble como la entendieron los magos en el pesebre. De hecho así sucedió con Herodes y con las autoridades religiosas de Jerusalén, a quienes el miedo y las inseguridades les marginó del bien supremo. Aquel niño no pretendía quitarle el trono a Herodes, solo le hubiera ayudado para reinar de modo digno. Aquel niño no venía a destruir la fe de los grupos religiosos del tiempo, solo les quería ayudar a creer con claridad.

Herodes y todo Jerusalén con él, buscarían al niño para matarlo, porque así es el mundo ciego, el mundo que desde la ignorancia, desde la soberbia y desde las falsas seguridades reacciona contra Dios.

No tengamos miedo hacer la prueba y comprobar que Cristo es la certeza que satisface nuestra ansia de verdad y de amor; de ello nos dan ejemplo los magos, los pastores y tantas personas buenas que, a lo largo de la historia, decidieron vivir para conocer y servir al nuevo Rey.

Pbro. Carlos Sandoval Rangel
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