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La santidad, un ideal por recuperar


Ser santos no parece ser un ideal cotidiano del común del mundo de hoy, más aún algunos jamás se lo han planteado de modo formal y serio. Las causas pueden ser muchas, por ejemplo no advertir que es un llamado para todos; pero igual pesa mucho el modo de concebir la santidad y más cuando los que a veces nos planteamos la idea, nos afanamos a ciertos aspectos de la santidad que la deformamos y la hacemos no atractiva. Hay quienes de repente les entra el afán por ser santos y se agarran a rezar como desesperados y a hacer mil penitencias.

Pero qué oportuno es siempre Dios cuando nos ubica en el sentido de las cosas y en los caminos precisos. Subió Jesús a la montaña y enseñaba: “Dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos”. Cuando al dinero y en general a lo material, poco o mucho, le damos un orden de modo que no sea el eje de nuestra vida, pues ese lugar es para Dios y para las personas, ya somos pobres de espíritu y ya estamos ganando el Reino de los cielos.

Luego Jesús pone una serie de necesidades y circunstancias cotidianas de la vida: “Dichosos los que lloran… los sufridos… los que tienen hambre y sed de justicia…” donde se exponen las contingencias propias de la vida; pero ante ellas ¿dónde y de qué manera buscamos darles respuesta? Desde luego Dios no se complace en el sufrimiento de nadie, pero dichosos aquellos que ante las contingencias, ante las pruebas de la vida, al primer aliado que buscan es a Dios; no porque Dios quiera solucionar todo de modo mágico, lo cual no es su papel, pero sí porque Él le da una capacidad enorme al ser humano para enfrentar la vida. Ante las pruebas o dificultades, lo más difícil no son las pruebas mismas, sino el riesgo de enfrentarlas solos, sin Dios y sin el amor cercano de los demás.

Las propuestas de Cristo son para todos y deben hacerse un estilo de vida, pues esas propuestas, llamadas bienaventuranzas, son la clave de la santidad. Bajo las bienaventuranzas podemos descubrir como señala el Papa Francisco, que la santidad es un llamado para todos y que respondemos en lo ordinario de la vida.

 En efecto dice el Papa: ¡Todos estamos llamados a ser santos! “Muchas veces, tenemos la tentación de pensar que la santidad se reserva solo a los que tienen la posibilidad de separarse de los asuntos cotidianos, para dedicarse exclusivamente a la oración. ¡Pero no es así!”. La santidad la vive “cada uno en las condiciones y en el estado de vida en el que se encuentra”.

“¿Eres consagrado o consagrada? Sé santo viviendo con alegría tu donación y tu ministerio. ¿Estás casado? Sé santo amando y cuidando a tu marido o a tu mujer, como Cristo hizo con la Iglesia. ¿Eres un bautizado no casado? Sé santo cumpliendo con honestidad y eficiencia tu trabajo y ofreciendo tu tiempo al servicio de los hermanos”. “Allí donde trabajas puedes ser santo. Dios te da la gracia de ser santo. Dios se comunica contigo. En tu casa, en la calle, en el trabajo, en la Iglesia. “No se cansen de seguir este camino” porque es Dios quien te da la gracia. Lo único que pide el Señor es que estemos en sintonía con Él y al servicio amoroso de los hermanos.

“Cuando el Señor nos invita a convertirnos en santos, no nos llama a cualquier cosa pesada, triste… ¡Todo lo contrario! Es la invitación a compartir su alegría, a vivir y a ofrecer con alegría todos los momentos de nuestra vida, haciéndola, al mismo tiempo, un don de amor por las personas que tenemos al lado”.

El Papa pone un ejemplo muy sencillo, para que entendamos que la santidad no es algo complicado: “Una señora va al mercado a comprar, encuentra a una vecina, empiezan a hablar y comienza la charla, pero si ella dice no quiero hablar mal de nadie, allí empieza el camino de la santidad”. “O si tu hijo quiere hablar contigo de sus historias, o de que está cansado de trabajar, ponte cómodo y escucha a tu hijo que te necesita: ese es otro paso a la santidad”. Pero hagámoslo siempre de frente al amor de Dios, invitémosle a ser parte de esa parte cotidiana de la vida, invoquémosle aunque sea de la manera más simple.

Acostumbrémonos a no pensar y actuar solos, a caminar bajo la mirada y el consuelo amoroso de Dios, invitémoslo a estar con nosotros en las cosas más simples de la vida. Nutrámonos de Dios, pero hagamos vida el amor que Él nos da.

No caminar solos y haciendo cada acto movidos por el amor que nace de Dios y mejorando cada día la intención de hacer las cosas bien, es un reflejo excelente de la limpieza de corazón que señala Jesús, eso es santidad.

¡Seamos santos!

Pbro. Carlos Sandoval Rangel
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